25/9/10

Bien ida y Bien venida


El mes y medio de despedidas no pasó por la lejanía, ni por el tiempo que voy a estar lejos. Voy a volver y creo que más pronto que eso.

La despedida fue física de mi departamento, del espacio propio que me costó recuperar y me cuesta conservar, una decisión de seguridad, de tranquilidad que por eso no me costó tomar. Del trabajo a media hora del despacho y los compañeros queridos y los personajes, de mi jefa-madre afectuosa. De los 40 minutos para ir a cenar a lo de los chicos un miércoles cualquiera y verla crecer a mi amor palabra por palabra.

Pero la despedida fue de otras cosas. Fue de la comodidad de los laureles que supimos conseguir y cambiarlos por un desafío nuevo y fresco, dejarlos a ellos durmiendo solos y yo despertarme, despegarme, incomodarme, probarme más y más. Fue de la adolescencia que también supe con esfuerzo conseguir, de la segunda etapa que arranqué cuando dejé la niñez de los lazos mandatorios y dolorosos, hace no mucho, hace poquito. Fue de un cuerpo ajeno aferrado al mío. Fue de la etapa de inhibición paralizante, fue de la etapa de la dependencia de ayuda constante, que agradezco, pero que ahora elijo. Fue de los silencios, de la mudez que no me es propia.

Me traje en la valija esa ayuda generosa. Me traje muchos miedos, pero a estrenar. Me traje también la soledad acompañada. Las incertidumbres, pero con algunas herramientas para atravesarlas sin lastimarme hasta sangrar. Me traje la sonrisa, el encanto de una juventud redescubierta, la fuerza de la convicción y los esmaltes de uñas que me sostienen en tantas ocasiones. Me traje todo el amor que me pusieron en el bolsillo como para que tenga durante el viaje y tire un tiempo largo, largo.

Me recibió una ciudad bella, bellísima, a la que quiero querer tanto como a mi Buenos Aires querida.

Ahora tengo que hacer algo con todas estas ganas que me movilizaron tanto, hasta depositarme en los confines de la tierra. Me encuentro en el fin del mundo, al comienzo de uno nuevo.