1/7/08

biografía apócrifa de una cicatríz

Fue una noche de insomnio, contando ovejitas.
Una oreja sobre la almohada, y sobre la otra se elevaba el globito ondulado de dibujito animado donde transcurría la escena, muy cerquita de su cara. Si alzaba la mano, podía atravesar la nubecita y acariciarlas. Si alzaba la nariz unos centímetros podía oler el pasto fresco y hasta resfriarse con el viento patagónico helado.
Las primeras daban saltos potentes, ganosos. Tomaban carrera y él las hacía avanzar luciendo sus rulitos respingones, blancos como el algodón, hasta que llegaban a hacer pie, a unos metros del alambrado, tomar impulso y superarlo de un solo gran golpe, fácilmente.
Pero a medida que se iban amontonando del otro lado, el sueño las iba tornando más lentas, más pesadas, como a los párpados. Las que ahora venían eran más morosas en su corrida, y más oscuras en sus rulos. De a poco el camino se alargaba, las ovejas se deformaban y los hocicos rosas daban lugar a narices bufantes, las patitas simpáticas dejaban ver pezuñas filosas. La nubecita del sueño comenzaba a tornarse densa, pesada, casi aplastante sobre su cara de nene grande. Esa ráfaga de aire que sintió en la oreja, ya no era frío viento patagónico sino que era un vaho de aliento caliente, y el rostro del carnero enorme se dejó ver claro

Abrió los ojos y se quedó un rato quieto.
Pensó en llamar a mamá.
Pensó en que llamar a mamá le daba vergüenza.
Se movió un rato y cerró los ojos.

La nube reaparece sobre la frente. Las ovejas ya no saltaban, ahora pastaban mansas.
Dispersas a lo largo del alambrado en un campo conocido pero ajeno. El clima enrarecido, nubes a lo lejos en la escena dentro de la nube enrarecida.
Se aseguró de que fuese un sueño. Era un sueño, y si ya estaba dormido ¿por qué tenía que contar ovejitas?. No las estaba contando, ya estaban todas. Recordó entonces que él las había traído de ese lado, las había hecho saltar de un lado al otro. Recordó los rulos moverse, y el alambrado, entonces amplió el plano de la nube, giró la visual hacia el alambrado que ahora tenía púas, y vio que a toda velocidad corría el carnero hacia él ¿piernas? No, la escena transcurría sobre su frente, él no estaba en ella. Pero el carnero trotaba y la nube se movía a su ritmo desesperado, los ojos rojos cada vez más grandes empezaban a iluminar a fogonazos la escena cada vez más oscura, en la que las ovejas de algodón habían dejado paso a una estepa solitaria e infértil, como arrasada por ceniza volcánica, que se elevaba en estallidos de polvo a cada estampida del trote del carnero. Los ojos pegados, la nube sobre la cara, la nariz, el aliento, el carnero corre frena hace pie, se despierta, inercia levanta la cara en el momento en el que el carnero está saltando, se rozan su ceja con la pezuña cortante, la gota caliente, pesada, dulce que empieza a bajar por la cara. El grito la luz, mamá, la sangre ya es chorro y empapa la almohada, 13 puntos en un semiarco que llega hasta casi el comienzo de la nariz fue la pata del carnero me dice su ojo derecho, decorado, adorable.

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